
Tras años de conocer y estudiar qué es la sociología y usarla para investigar sobre distintos temas de interés, tengo que reconocer que una de las partes más gratificantes y estimulantes siempre ha sido la intervención directa, esto es, el trabajo de campo con el objeto de estudio (¡qué mal suena esto cuando hablamos de sujetos, no de objetos!). Por ejemplo, guardo muy buen recuerdo de las entrevistas y grupos de discusión que tuve la oportunidad de hacer en las distintas investigaciones que participé sobre inmigración o pobreza, pues tuve oportunidad de conocer a auténticos héroes y heroínas, ciudadanos del mundo que no se amilanaron a pesar de tener el viento en contra y tener que nadar a contracorriente pero que a pesar de ello consiguen sobrevivir día a día en un entorno a veces demasiado hostil con gente como ellos.
Desde que estoy en desempleo procuro estar siempre ocupado (como decía Brad Pitt en «Guerra Mundial Z«, el movimiento es vida) y por eso, además de buscar trabajo, estoy haciendo un montón de MOOCs, me apunto a otros cursos presenciales que me interesan o me planteo volver a estudiar algo más reglado en la UNIR, donde también he dado clase. En esta nueva y dinámica universidad, puntera en el e-learning o aprendizaje electrónico, crearon recientemente el Campus Solidario UNIR, una plataforma de educación gratuita que pone en contacto a profesores y alumnos voluntarios con colectivos que necesitan formación general o específica, en cualquier parte del mundo.
Los que me conozcan saben de mi amor por todo lo que rodea los medios de comunicación, en especial a la radio, en la que tuve la suerte de trabajar hace unos años dirigiendo y produciendo un programa local en Ogíjares. Así que cuando vi que se iba a hacer un taller de Radio para ASPACE en Logroño y que necesitaban voluntarios no me lo pensé dos veces. Primero, porque me encanta dar clase y ya hacía tiempo que no daba y segundo, pero no por ello menos importante, porque el tema me apasiona y nunca había explicado cómo funciona la radio.

Es cierto que, como explicó en este interesante post mi compañero y coordinador del curso Zeben Díaz, tenía un poco de miedo: nunca había dado clases a colectivos especiales como estos chicos con parálisis cerebral, pero os puedo asegurar que desde la primera clase el miedo se convirtió en júbilo. Los chicos de ASPACE Alejandro, Joaquín, Álvaro, Antonio, Pablo y Carlos, ayudados por Roberto y Laura, nos contagiaron su frescor, alegría y espontaneidad compartiendo sus experiencias en radio, preguntando en todo momento aquello que no comprendían del todo e ilustrándonos con anécdotas propias y su fantástica visión de la vida y la sociedad. ¡Qué felicidad irradian!
Recordé entonces una de las conversaciones que el equipo de profesores voluntarios tuvimos en las reuniones previas de preparación. En un momento dado, hablando de la locución en radio y de que en ella se tenía había que hablar con normalidad y tranquilidad, surgió una interesantísima conversación en torno al concepto de normal. ¿Qué es «lo normal»? La RAE lo define como aquello que se ajusta a unas normas fijadas de antemano, pero quizás es mejor su primera acepción: lo que se halla en su estado natural. Decidimos entonces hablar de locutar en la radio con naturalidad, no con normalidad.

Porque lo normal no existe. En lo tocante al ser humano, no podemos hablar de normalidad, sólo de naturalidad o artificiosidad. La normalidad no existe, nadie es normal, todos somos especiales en distintas medidas. El individualismo auspiciado por el capitalismo se ha encargado de recordarnos lo enormemente atomizado que se encuentra en esta posmodernidad el ser humano. Y la riqueza de la Era actual es que la polivalencia, la multiculturalidad, la naturaleza humana poliédrica, la diversidad de la sociedad, puede ser conectada y ya no marginalizada. Los estándares no sirven porque ya no hay estándares, hay personalización, hay «customización». Hemos pasado de la imposición de la mayoría democrática a la progresiva inclusión de todas y cada una de las pretendidas minorías (de hecho, las minorías también están dejando de existir).
El cambio está en que el hombre/mujer ya no es la medida de todas las cosas. Las escalas son relativas, y cada hombre/mujer es una medida en sí misma, pero no de manera ombliguista, sino de manera relacional. Cada relación entre un ser humano y otro es una medida de la sociedad, de nuestra manera de sobrevivir como especie social, de fundar nuestra experiencia individual en la colectiva mediante la colaboración, la cooperación y ese concepto tan de moda en las redes sociales y la Web 2.0: COMPARTIR.

Y si la fortaleza está en la compartición, los chicos de ASPACE son fuertes, muy fuertes, pues nos lo demuestran cada viernes que nos vemos y escuchamos, desde lejos espacialmente, pero muy cerca emocional y personalmente. Como dijo Joseph Joubert, si «enseñar es aprender dos veces», yo diría que nosotros estamos aprendiendo todavía más, tres y cuatro veces. Por eso, junto con mis compañeros de taller, quiero aquí dar las gracias a los chicos de ASPACE por enseñarnos tanto en tan poco tiempo, por ser tan especiales y transmitirnos su «especialidad»: la felicidad que otorga y cómo gratifica compartir. Esta felicidad que me invade al pensar en ellos sí que no es normal.